Encantamiento
[…] Sí, me atreveré a decir que estaba buscando —y continúo hoy en día buscando— el encantamiento, como antídoto contra mi propia niebla de cinismo y la más amplia que impregna y envuelve cada vez más las esferas globales (la blogósfera y similares). Es una niebla que aún hoy me afecta al visitar la India (quizás por trigésima vez), que se desliza y me envuelve especialmente cuando visito Vrindavan —más de cuatro décadas después de haber llegado allí por primera vez— por la explosión de construcciones que brotan para albergar a un número creciente de “turistas religiosos”. Así que me refugio de este bullicio del siglo XXI y la promesa de una sequía cultural en el templo de Rādhāramaṇa, absorbo el ambiente suspendido en el tiempo de su recinto refrescante, sus alacenas de mármol blanco con inscripciones de estrofas en Brajabhāṣā que narran la historia de la aparición milagrosa de Śrī-jī (Rādhāramaṇa), su Bhāgavata Purāṇa envuelto en seda y colocado sobre una plataforma baja de madera para el orador. Y, por supuesto, está la atracción principal de este espacio ordenado en piedra y mármol: la forma de Rādhāramaṇa, de piedra negra, de 29 centímetros de alto, con una leve sonrisa. Erguido con delicadeza pero con confianza sobre su trono de plata, elevado y en retroceso, en su célebre tribhaṅga —pose de baile con tres curvas—, sus ojos en forma de caracola con pupilas negras, desproporcionadamente grandes, miran hacia todos los que se reúnen para contemplarlo. Rādhāramaṇa luce su atuendo radiante del día —amarillo, azul, rojo o de cualquier otro color— adornado con flores de temporada y guirnaldas florales. Cantantes sentados con las piernas cruzadas en la alcoba del extremo opuesto del patio del templo serenan a Rādhāramaṇa mientras yo y algunos otros visitantes nos acomodamos en el suelo de piedra. Contemplamos y escuchamos, escuchamos y contemplamos, estando presentes y rindiendo nuestros mundos interiores fragmentados a la Presencia divina.
[…] Mientras realizaba mi investigación en el templo de Rādhāramaṇa, residiendo durante varias semanas de 2001 en un apartamento alquilado a solo unos pasos del gheṛa de Rādhāramaṇa, un día vino un electricista, un Brajbāsī (habitante local de Braj), para reparar un interruptor de luz. Mientras lo observaba, el joven se volvió hacia mí y me preguntó, con un tono ligeramente burlón y una mirada amistosa pero condescendiente: “Entonces, ¿has visto a Krishna?” Aunque contemplaba diariamente a Krishna en su forma de Rādhāramaṇa (y en otras formas en templos cercanos), resistí el impulso de responder a la defensiva. Nuestro reparador parecía decir: “Por mucho que busques, no encontrarás lo que estás buscando aquí. Si hubieras nacido aquí, como yo, entonces siempre estarías viendo a Krishna.”
Y, efectivamente, su pregunta—no tan sutil, más bien una especie de descalificación—me hizo sentir punzadas del llamado síndrome del impostor. Pero luego, al reflexionar, recordé que Gopāla Bhaṭṭa no era oriundo de Vrindavan, y sin embargo, por la intensidad de su devoción, logró atraer a Krishna para que se manifestara aquí en la forma de Rādhāramaṇa. Así, contribuyó a la tarea de hacer posible que personas como yo llegaran hasta allí—viniendo desde los rincones más lejanos y profundos de la resistencia al encantamiento, incluso valiéndose de los medios y productos del capitalismo de consumo (como el dinero y el transporte aéreo comercial) que hicieron posible mi llegada.
Si mi mente hubiera estado más clara en ese momento, le habría respondido al electricista: “Estoy en ello. Estoy haciendo trabajo del alma. Requiere tiempo y paciencia. Me inspiro en los santos de Vrindavan como Gopāla Bhaṭṭa. Krishna puede revelarse ante mí en cualquier momento que él desee.”
—De Soul-Work in Vrindavan (Trabajo del alma en Vrindavan), artículo de Kenneth Valpey (S.S. Krishna Kshetra Swami), publicado en la revista literaria electrónica Muse India, número 117, septiembre de 2024. Versión completa del artículo: https://museindia.com/Home/ViewContentData?arttype=feature&issid=117&menuid=11243